jueves, 31 de julio de 2008





El ruido la sobresaltó. Una sensación de fatalidad penetró en su cuerpo. Había sido en el cuarto de baño. Se incorporó en su cama agudizando el oído. El silencio invadía la alcoba y la claridad empezaba a colarse por las rendijas de la persiana. Palpó con la mano el otro lado de la cama y la encontró vacío pero aun caliente. Tardó varios minutos en reaccionar. Luego pausadamente y de puntillas se acercó al cuarto de baño y ahí estaba Alberto, tirado en el suelo boca abajo.
Una sensación indescriptible entre miedo, alegría y sorpresa la asaltó llenándole el estómago de mariposillas. Se acerco suavemente y le tocó un costado con la punta del pie sin obtener respuesta. En un segundo imaginó como se le solucionaban todos sus problemas. No había duda, Dios estaba con ella. Nadie podía saber lo que había sufrido con él. Ahí estaban sus maletas preparadas para su nueva aventura. Los dejaba por una niña de 25 años. Olvidaba todo lo que había hecho por él. Olvidaba también a sus hijos y empezaba una vida nueva...
Pero Dios lo había castigado. Pensó que se pondría en el entierro...no tenía nada adecuado.
Su hipoteca pagada por el seguro, su pensión de viudedad puntual cada mes, sus hijos llorando a un buen padre, sin rencores ni odios. Su honor salvado, nadie se enteraría de que la iba a abandonar.
Se recostó en la cama pensando en todo esto y le entró un sueño tranquilo y sereno.
Una mano fuerte zarandeó su cuerpo. Ana, Ana... despierta que es tarde.
No sabes lo que me pasó anoche. Me debí desmayar en el baño, menos mal que no me di con el inodoro. En fin ya estoy bien. Despierta, venga....
Pero Ana no despertó, el susto y la excitación debieron soltar aquel coágulo que desde los siete años, cuando cayó de la bicicleta, andaba por su cerebro.
Una sensación indescriptible entre miedo y alegría invadió el cuerpo de Alberto. Vio la claridad a sus problemas. Ya no tenía que irse de la casa. Traería a Sara aquí y sus hijos la querrían como a una madre. Su reputación salvada y su dinero también. Pensó que se pondría para el entierro, no tenía nada adecuado.
Después de deshacer las maletas marcó el 112 y pidió una ambulancia pensando..."Dios está conmigo".

1 comentario:

shordi dijo...

¡Vaya! Ha sido una agradable sorpresa leer tu blog. Me ha gustado la idea del microrelato como tal. No se me había ocurrido nunca, aunque creo que algo parecido tengo escrito en algún que otro sitio.
He llegado aquí por el comentario que dejaste en mi blog, y te agradezco de verdad lo que en él me dices.
Contestando a tu pregunta: No, no sigo con Atkins por una serie de razones, algunas idiotas y otras más idiotas aún. Pero era una dieta que me funcionaba.
Mengué, medré, mengué otra vez y volvía a medrar. Ahora estoy... pensando empezar de nuevo ¿te suena? jejeje
Gracias por tu interés en mis blogs y permite una pregunta: ¿admites críticas literarias?
Un saludo.